EXPECTATIVAS
Cada vez que pretendemos que alguien mejore interferimos nuestro proceso de contacto interior, y por lo tanto el ajeno.
Primero, porque solo está activa la ilusión de una máscara del ego que "quiere", que los demás estén como "nosotros queremos que estén", sin tener en cuenta las necesidades últimas de cada cual, que inevitablemente coincidirán con una sensación inconsciente sobre lo que consideramos que "debemos mejorar", en el fondo, nosotros.
Es decir, queremos que los demás se adapten a nuestro mapa sobre lo que sería "estar bien", que es justo lo que quisiéramos para nosotros y por el momento sentimos lejos de conseguir.
Es más fácil pretender que lo consigan los demás.
Segundo porque, tratándose "de los demás", que ya sabemos que son una entidad tan independiente como cualquiera, no tenemos "ni pajolera idea" de lo que supone estar mejor o peor, teniendo en cuenta que cada quien lleva su proceso sujeto a una "necesidad superior", y por lo tanto "estar mal", en cualquier caso, puede suponer la más encumbrada de las posibilidades, ya que esa persona está viviendo justo lo que tiene que vivir. De lo contrario no lo estaría viviendo.
Y tercero porque colapsamos su propio proceso con nuestra inquietud, además del nuestro, ya que esa persona está perfecta como está, y el hecho de "verla mal", supone colgarle un "San benito" de primerisima categoría, obligando cuánticamente al otro a responder a nuestra visión trampeada de la realidad, que seguro, solo obedece a nuestra propia necesidad en la sombra.
La expectativa que tenemos sobre los demás funciona exactamente igual que una resistencia.
Y lo que resistes, inevitablemente persiste.
Podemos ayudar, sin embargo, estando nosotros tranquilos y en armonía interior con respecto a nuestro proceso, mientras soltamos la expectativa sobre los resultados de los procesos de los demás.
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