DIGNIDAD II

La Dignidad no es cuestión de cargos importantes ni tipos de trabajo, puede tener tanta dignidad un abogado como un barrendero, incluso puede que este último tenga más. Tampoco es cuestión de dinero ni del lugar donde se vive, pudiendo tener tanta o más dignidad aquel que vive en la calle, sin más posesiones que lo puesto, que quien vive en un palacio y en la opulencia. Se trata de ser digno como Ser Humano, como esencia  libre y soberana que decide y toma sus propias decisiones en el devenir de su existencia.

La Dignidad es la excelencia que realza al Ser Humano, su pensamiento, su palabra y su accionar. Su comportamiento va dejando una estela de virtudes: de rectitud, de decencia, de caballerosidad... de respeto, de consideración, de generosidad… de nobleza, de honor, de lealtad. La Dignidad preside sus acciones y su caminar, mejorando todo lo que toca y enalteciendo a los demás, pero sin soberbia ni orgullo, pues quien es digno ni avasalla ni se deja avasallar, se conduce con honradez, simpleza y honestidad, siendo su guía el equilibrio, la sencillez y la humildad.



La Dignidad es innata a cada persona y totalmente individual. Debe ser respetada por todos, pero no es otorgada por nadie, salvo por uno mismo cuando se hace cargo de sus acciones y consecuencias, no culpando a otros ni eludiendo su responsabilidad. Sin embargo, puede y debe unirse a otros con similares propósitos para conseguir lo que uno solo no podría, para sumar a un colectivo unido que lucha por su libertad.

En sentido profundo, la Dignidad es lo que nos confiere el respeto, el Amor y la responsabilidad que nos ganamos para nosotros mismos y que damos a los demás, pues en el fondo es nuestra seña de identidad, nuestra consciencia, nuestra herencia, nuestro linaje a salvaguardar, pues terminará siendo nuestro legado que ha de quedar. No la vendamos nunca por conseguir prebendas, por un me gusta o por elogios, por conseguir cargos ni aprobación, por protagonismo o necedad. Por ningún plato de lentejas, pues estos son los tesoros en el cielo que nadie nos puede robar.

Ángel Hidalgo

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