AUTENTICIDAD

Ha sido tanto tiempo que hemos buscado por fuera lo que siempre estuvo dentro, nos hemos alejado tanto de lo que somos, del centro, del punto de partida, que apenas nos reconocemos en el vaivén de una existencia mecida por los brazos de la dualidad. En este mundo artificioso y de apariencias, alejado de lo natural, sufridor de multitud de manipulaciones, nos hemos dejado llevar por una consciencia revertida volcada en los estímulos del exterior y movidos por los hilos del deseo, del tener como meta, del poseer como fin, cuando en realidad somos nosotros los poseídos cuando buscamos encontrar quimeras para perdernos a nosotros mismos.

Basamos nuestra pretendida felicidad en ilusiones que hoy son y mañana no, en fantasmas que aparecen y desaparecen, en objetos de nuestros deseos que luego pierden su interés, en placeres envueltos en bonitas formas pero sin alma que terminan por hacernos olvidar la nuestra. Dejamos de escucharnos en el silencio, en la verdad de nuestra esencia interior, para prestar oído al ruido circundante, al bullicio de voces sin sentido donde todo se oferta y se demanda, se compra y se vende, donde cada uno busca y persigue su importancia personal, su momento de gloria, construyendo castillos de naipes que de un soplo se caen al suelo.

Acallamos nuestras ansias e inquietudes con capas y capas de superficialidad, en un intento de acomodarnos a un mundo irreal e ilusorio, donde priman las apariencias que nos dan visos de “normalidad”, donde hacemos lo que hacen otros para conseguir aceptación o para que nos dejen en paz y pasar desapercibidos, aunque para ello tengamos que sofocar el huracán que bulle en nuestro interior.

Un huracán que podría barrer de un plumazo la competitividad que nos despedaza con la dicha que reside en la cooperación y en compartir , el egocentrismo que nos instala en la importancia personal y en la indolencia con la ayuda altruista y desinteresada que emana sin esfuerzo cuando nos dejamos fluir; en la desconfianza, la codicia, la envidia y el afán de posesión con la generosidad, el desprendimiento, la consideración y el amor al prójimo.

Sé que es fácil perderse en un mundo lleno de lucecitas brillantes colocadas para llamar tu atención, y que persigas los cantos de sirenas que te embaucarán para que te conviertas en uno más del rebaño, otro ciudadano modelo que trabaja, consume, vota y paga sus impuestos, en un don nadie de los muchos que hay para sostener al sistema. Sé que es fácil porque si quieres vivir en sociedad, te enseñan que debes participar del sistema organizado, imitar a los otros y seguir las reglas, hacer lo mismo que hacen los demás.

Desde pequeño te lo dijeron, los mensajes estaban por todas partes: deja tus juegos, tu imaginación, tu creatividad, haz lo mismo que todos y esfuérzate, compite para ser mejor que los demás, para hacerte un futuro, para que seas alguien el día de mañana.¿Alguien?... Sí, una sombra de lo que somos, un muñeco manipulado, un títere manejado que ni sabe de dónde viene ni a dónde va, un esclavo útil para beneficio de las élites.

Qué distinto sería todo si cada uno se escuchara a sí mismo, apartara esas lucecitas brillantes que lo confunde, las programaciones inculcadas, la educación adoctrinada, si se escuchara e hiciera caso a su corazón y su conciencia para ser verdadero, libre y justo con él mismo y con los demás, para hablar y hacer lo mismo que piensa y siente, sin miedo al qué dirán, sin importar si lo tildan de soñador y fantasioso por atreverse a luchar por un mundo mejor, sin importar si lo tildan de arrogante y orgulloso por atreverse a creer en sí mismo y seguir su certeza, sin importar si lo tildan de rebelde y peligroso por ser coherente consigo mismo y no agachar la cabeza.

Puede que de una vez comprendamos que no es cambiar a nadie lo que se pretende, no es que sean otra persona para caer en otra programación, sino que cada uno sea él mismo; pero el verdadero, el genuino, el que se recuerda cuando era niño antes de ser atrapado por el sistema, el que todavía habita en el interior cubierto por capas de ilusiones, de artificios, de ruidos, para no escuchar a la única voz valedera, la única que te identifica ante los demás, la única que reconoces como tuya, pues es tu auténtico Ser, es tu Yo original.

A veces me pregunto: ¿qué pasaría si dejáramos salir nuestros más íntimos anhelos sin titubeos? ¿qué pasaría si perdiéramos el miedo, si decidiéramos ser íntegros sin temer al qué dirán, al rechazo, al juicio gratuito y pendenciero? ¿qué pasaría si tuviéramos el valor de apartar todo lo accesorio para mirarnos a la cara y mostrarnos como somos, auténticos, genuinos, como verdaderos Seres Humanos?

Sin duda, si en un acto de reconocimiento, fuéramos coherentes y consecuentes con la esencia que nos guía, manejándonos en la existencia como verdaderos Seres Humanos que ponen por delante sus valores y principios allí donde fuere, esta realidad que conocemos cambiaría radicalmente. Porque la esencia interior, que siempre estuvo aguardando su momento, tendría su reflejo en el exterior por proyección de consciencia, cimentando en hechos y construyendo con acciones una nueva Humanidad.

Y el caso es que cada día está presente esa oportunidad...



Ángel .º.

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